La Desaparición de Genaro: Capítulo I

 

Capítulo I

 

-Que me marcho, guapa.

 

Y Genaro, dio un beso en el cogote a Marita, que estaba fregando con efusión el suelo de la cocina.

 

-¡No pises, que está mojado!…bueno, acuérdate de coger el pan, que yo me voy al médico y a saber las horas que vuelva.

-Que sí, hija, que lo cogeré. ¿Viene la tía a comer o no?…

-Sí, y a ver si no viene con la maletita…qué hartura.

 

Salen los 75 años de Genaro-y él, claro- a cuerpo gentil porque hace un calor de aúpa- por la puerta, y Marita, o sea su mujer, que tiene 70 sigue con el suelo mientras suda.

 

El ascensor está en el sexto. Mira hacia arriba, pero lo deben tener abierto y no baja ni por compasión.

 

-Ya estamos- gruñe- el Agustinito de la puñeta y la novia…

 

Agustinito-sin la puñeta- es el vecino del sexto; un navarro de unos veintipocos, que aparte de no enterarse de que la gente espera el ascensor, acaba de empezar a trabajar como becario en una empresa y anda en plan aquí estoy yo.

Total, que al rato, Genaro decide bajar a pie. En el portal anda ya el conserje.

-Que ya estamos con el ascensor abierto, Manolo, a ver si pudiera ser que a la hora de comer hubieran dejado de besarse las criaturas…y buenos días.

-Eso digo yo, don Genaro, eso digo yo. Buenos días.

 

Sale a la calle. Ahora le pueden ver ustedes, aunque Genaro es un tipo muy normal. Un poquito más delgado de lo habitual, porque algo padece de estómago, canoso, mide 1, 75, viste de claro…un tipo corriente y añadimos, jubilado.

 

Lo único raro que le va a pasar en la vida es que, como verá el lector, hoy va a desaparecer y se va a montar a cuenta de ello un jaleo considerable.

 

La primera en chocarse es Marita, claro, cuando vuelve del médico a las dos menos cuarto, que ha habido una espera de casi dos horas, y ve que ni el pan, ni su marido están en casa.

 

-Habrá ido a la cerveza, con Andresito y Cosme- piensa, mientras se pone a hacer la ensalada- .

 

Andresito y Cosme son los del tute, no se despiste el lector; a jugar al tute al bar de la esquina, van los tres por las tarde junto con Lucio, otro amigo jubilado.

 

Pero a las tres y media, Marita ya está francamente preocupada, y entonces con la ensalada muerta de risa en la cocina, decide llamar por teléfono a Tino, o sea, a su hijo mayor, y decirle que se está poniendo histérica.

 

Pero de momento la que ha llegado es la tía. Se acordarán que Marita habló de la tía y su maletita…

 

Pues han llegado las dos. Y la maleta está callada, pero la tía habla que se las pela.

 

Y decía yo que si llamar a los hospitales, imagínate que le ha entrado un algo, en vida de mi marido cuando le daban aquellas zaritortas, que se ahogaba, salía a la calle a respirar y le daba un pasmo; que mas de una vez no estando yo en casa me avisaron del hospital, y aparte, también igual los del Samur saben algo, o si no, esos amigos que tiene, los del julepe.

 

-¡Los del tute, tita Gencia, los del tute!, y cállate un poco que no oigo…

 

Tita Gencia arrastró su maleta hacia su cuarto, con el consiguiente ruido por el pasillo.

 

-Pero deja aquí la maleta, caramba, que después te la llevo…

-No hija, si da igual, y que digo yo- y lo dice desde el pasillo a voces- que si has preguntado en el bar.

 

-Que sí!…y que no está…calla…ah, no, no hijo, hola Tino, que soy tu madre, que no, que hablaba con tu tía, pues que si ha ido ahí tu padre…ah…ah, ya, no, pues es que se fue a las diez y no ha vuelto…no…no, no me dijo nada, vamos, sí, me dijo que compraría el pan…no hijo, no te llamo para que compres pan, te llamo porque no ha vuelto…¡ tu padre es el que no ha vuelto, caramba!…

 

A veces, Tino es tonto o se lo hace, piensa Marita.  Más bien, se le ocurre, son ganas de que no le estorben, pero como soy su madre va a tener estorbo por años, se dice. Mientras le saca un vago “luego me paso por ahí”. Se le imagina hablando con su nuera; “nada, mi madre, que papá no ha llegado a comer”, y su nuera tan cuidadora de su guarida, de su paz y tranquilidad, de su nunca pasa nada, “estará con los amigos, también tu madre es una exagerada”. Aunque Tino se ha quedado con la cara un poco larga esta vez; “pues no sé, pero son casi las cuatro…”; “a los viejos se les va el santo al cielo, cari, no te preocupes tanto…”, y le lleva a su cuarto, “estoy muerta, si no me echo un rato me da algo”, dice, y él “ahora vengo, échate tú”.

 

Lo ha hecho, dormirse, queremos decir. Pero Tino, no.

 

Da vueltas por la casa, con las persianas echadas por el calor, enciende un pitillo, no sin antes elegir el cenicero, porque a Mila, su mujer, si le ensucias dos ceniceros a la vez se le llevan los diablos, y entonces le suena el móvil.

 

-Dime, hija…ah, sí, ¿te ha llamado la abuela?…pues no lo se…iba a por el pan…pero ¿ no estás en el instituto?…ah, ya ya, bueno, y ¿vas a casa de la abuela entonces?…bueno, sí, ya le digo a mamá…pues no sé…¿a la policía?…pero mujer, igual está haciendo algo, yo que sé, llamar a la policía es una cosa muy seria, Carlota, si el abuelo llega mientras tanto imagínate el ridículo…no…lo que digo es que no se puede molestar así como así…¡ ya sé que el abuelo no es un “así como así”, no me levantes la voz que te doy un tortazo!…Bueno, si estás en casa de la abuela ahora después me acerco, y ya nos venimos juntos a casa.

 

Suspira Tino. Es más complicado de lo que parece, piensa, y son las cinco.